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EL ABOGADO QUE QUIERO SER


Todos los abogados hemos tenido que responder alguna vez a la pregunta: “¿Por qué decidiste estudiar Derecho?”. Para algunos, la respuesta fue clara desde el inicio: una vocación innata de justicia, una pasión por la argumentación, un interés profundo por la realidad social. Para otros, fue el resultado de una serie de decisiones prácticas: la influencia de la familia, la tradición, el prestigio de la profesión o simplemente la necesidad de elegir una carrera que prometiera cierta estabilidad.

 

Sea cual sea el origen de nuestra trayectoria jurídica, llega un momento —inevitable e impostergable— en el que el abogado debe mirar hacia adentro y preguntarse con honestidad: ¿Estoy siendo el abogado que quiero ser?. Y no hablamos aquí del abogado que los demás esperan, ni del que la sociedad exige, ni del que los rankings profesionales premian. Hablamos de aquel que, si pudieras construir desde cero, reflejaría tu identidad más profunda, tus valores más firmes, tus sueños más audaces.

 

Este artículo no es una guía técnica, ni un tratado jurídico, ni un manual de estilo profesional. Es una reflexión escrita desde el corazón de un abogado que ha pasado por muchas etapas: la idealización, la frustración, la rutina, el desencanto y, finalmente, la reconexión. Mi objetivo es compartir contigo —abogado, estudiante, soñador del Derecho— una construcción sincera de lo que creo que es posible: ser el abogado que uno quiere ser, sin dejar de ser eficaz, sin traicionar el alma, sin renunciar a la excelencia.

 

Y para lograrlo, debemos hacer el viaje completo: desde el llamado vocacional hasta la acción concreta; desde la ética hasta el liderazgo; desde el conocimiento técnico hasta la humanidad; desde la valentía hasta la paz interior. Te invito a caminar juntos por este recorrido.

 

  • El llamado interno


Antes de ser abogados fuimos personas con inquietudes. Algunos nos conmovimos ante una injusticia que vimos de niños, otros quedamos fascinados con un alegato en una película, otros más quizás buscamos en el Derecho una forma de ordenar el caos.

 

Lo cierto es que, en algún momento, sentimos un llamado interno. Algo nos atrajo de esta profesión. Tal vez no sabíamos explicarlo del todo, pero lo sentíamos. Ese llamado es importante no solo para comenzar, sino para continuar. Porque cuando el cansancio, la presión, los errores o el sistema nos hacen dudar, es ese llamado interno el que nos puede volver a levantar.

 

¿Cuál fue tu llamado? ¿Aún lo recuerdas? Si no, te invito a revivirlo. Puede haber estado oculto por años bajo el peso de los plazos, las audiencias, las facturas o las frustraciones. Pero sigue allí, como un fuego pequeño que no se apaga del todo.

 

Y si hoy sientes que nunca tuviste un llamado claro, no te preocupes. A veces, el verdadero llamado llega después de ejercer, cuando ya conocemos las sombras y decidimos construir la luz. Lo importante es preguntarte si quieres seguir por este camino. Y si la respuesta es sí, entonces conviene redefinir hacia dónde vas y cómo quieres ir.

 

Porque ser abogado no es un destino, es una forma de caminar. Y ese caminar debe estar alineado con lo que somos. El abogado que quiero ser no es un título colgado en la pared. Es una versión viva, coherente y activa de mí mismo.

 

  • El abogado con propósito


Una de las preguntas más importantes que todo abogado debería hacerse al menos una vez al año es: ¿Para qué ejerzo el Derecho?

 

Y no me refiero a una respuesta de cajón como “para ayudar a la gente” o “para ganarme la vida”. Hablo de un propósito real, profundo, tangible. Algo que se convierta en el eje de tus decisiones profesionales.

 

El propósito no es necesariamente grandilocuente. No todos vinimos a cambiar el mundo, pero todos podemos mejorar un rincón del mundo. Hay abogados cuyo propósito es garantizar que los trabajadores no sean atropellados. Otros que luchan por la protección de los animales. Otros que llevan paz a las familias en conflicto. Otros que educan a las nuevas generaciones con pasión y entrega.

 

El propósito no se mide en fama, sino en sentido.

 

Y el abogado que quiero ser no es solo competente, sino consciente. Consciente del impacto de su trabajo, de las consecuencias de sus actos, del valor que puede crear o destruir con una sola palabra. Porque el Derecho, aunque técnico, es profundamente humano. Porque cada expediente tiene nombre y apellido, historia, miedo, esperanza.

 

Ejercer sin propósito es navegar sin brújula. Puedes avanzar, sí, pero hacia ningún lugar.

 

  • El abogado íntegro


En un mundo donde la corrupción se justifica con excusas, la ética se convierte en un acto de rebeldía.

 

La integridad no es un accesorio para el abogado. Es su columna vertebral. Porque cuando un abogado pierde su palabra, lo pierde todo. Puedes equivocarte, puedes fallar, puedes aprender. Pero si pierdes tu reputación ética, ya no serás confiable. Y sin confianza, no hay cliente, no hay juez, no hay colega que valga.

 

Ser íntegro es difícil. A veces se gana menos, se avanza más lento, se enfrentan obstáculos. Pero a largo plazo, la integridad no es solo el camino correcto: es el más inteligente.

 

El abogado que quiero ser prefiere renunciar a un caso antes que traicionar su conciencia. No miente para ganar. No manipula para convencer. No amenaza para negociar. Argumenta, persuade, defiende, pero desde la dignidad.

 

La ética, lejos de ser un límite, es una brújula. No me dice hasta dónde puedo llegar, sino hacia dónde debo ir.

 

  • El abogado competente y en formación continua


Decía Séneca que "la suerte es lo que ocurre cuando la preparación se encuentra con la oportunidad". Y en el Derecho, la preparación constante es un acto de humildad.

 

Porque el abogado que quiero ser no se duerme en sus títulos. Entiende que el conocimiento cambia, que las leyes evolucionan, que las realidades sociales mutan. Y por eso nunca deja de aprender.

 

Leer, estudiar, asistir a seminarios, escuchar a colegas, analizar sentencias, consultar a otros profesionales: todo eso forma parte de la excelencia.

 

Pero también se forma fuera del Código: en libros de filosofía, en novelas, en la poesía, en el cine, en la calle. Porque el buen abogado no solo interpreta normas, interpreta la vida.

 

Además del saber técnico, se necesitan habilidades humanas: comunicación, escucha activa, resiliencia, inteligencia emocional, capacidad de negociación. No es opcional, es esencial.

 

La formación continua es la manera de honrar al cliente, a la profesión y a uno mismo.

 

  • El abogado humano


El abogado que quiero ser no olvida que antes de ser abogado, es humano.

 

No endurece su corazón para parecer fuerte. No se aísla de las emociones para mantener la objetividad. No se desconecta del dolor ajeno para evitar que lo afecte.

 

Ser humano en esta profesión es un acto de valentía. Porque implica sentir y actuar, sin perder el juicio, pero sin perder el alma.

 

También significa cuidar de uno mismo. El abogado humano no se sacrifica en nombre de la productividad. Entiende que su salud mental es una prioridad. Que el descanso no es un lujo, sino una necesidad. Que las relaciones personales no son una distracción, sino un sostén.

 

No se trata de ser blando. Se trata de ser completo.

 

  • El abogado líder


El liderazgo no se ejerce desde un cargo, sino desde una actitud.

 

El abogado que quiero ser inspira. No impone. No manipula. No humilla. Lidera con el ejemplo, con la escucha, con el compromiso.

 

Es líder cuando orienta a un cliente confundido. Cuando apoya a un colega joven. Cuando decide con valentía en medio de la presión.

 

También es líder en su comunidad. No se encierra en su oficina. Participa, propone, defiende, educa.

 

El liderazgo jurídico es una responsabilidad social. Porque el abogado, guste o no, tiene poder. Y todo poder implica una obligación.

 

El abogado que quiero ser no quiere seguidores, sino ciudadanos empoderados.

 

  • El abogado valiente


La valentía en el Derecho no consiste en gritar ni en impresionar. Consiste en decir lo que se debe decir cuando es difícil hacerlo.

 

Decirle a un cliente que no tiene razón. Decirle a un juez que se está equivocando. Decirle a un colega que su conducta es inapropiada. Decirse a uno mismo que necesita ayuda.

 

El abogado valiente asume casos complicados, sin miedo a perder, pero sin vender humo. Se atreve a defender causas impopulares si cree en ellas. Y también tiene el valor de renunciar a causas incompatibles con sus principios.

 

Es valiente quien no cambia de valores para ganar una audiencia.

 


Conclusión: El abogado que quiero ser se construye día a día


Este artículo no es una declaración perfecta. Es un mapa de intenciones. Porque sé que no siempre soy el abogado que quiero ser. A veces me gana el ego, el cansancio, el sistema, la rutina.

 

Pero cada día tengo una nueva oportunidad de acercarme un poco más a ese ideal. De actuar con más conciencia, con más compasión, con más criterio. De equivocarme, aprender y corregir.

 

Ser el abogado que quiero ser no es una meta lejana. Es una práctica diaria.

 

No es cuestión de tener todo resuelto. Es cuestión de caminar con decisión.

 

Y tú, colega, ¿Qué abogado quieres ser?

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