LA LEY DE MURPHY PARA ABOGADOS
- juancarlospuelloa
- 3 dic
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Cuanto menos diga, de menos se tendrá que retractar
La vieja y célebre Ley de Murphy establece que “todo lo que pueda salir mal, saldrá mal”. Y aunque muchos la ven como una exageración pesimista, los abogados sabemos que más que una ley científica es una crónica del ejercicio profesional. De hecho, si uno lo piensa, la práctica jurídica es el lugar donde Murphy encontró su hogar espiritual: cada proceso, cada audiencia, cada cliente y cada juez parecen diseñados para demostrar su famosa regla. Pero hoy no hablaremos de la versión tradicional, sino de una adaptación especialmente dolorosa y muy útil para quienes vivimos del litigio: la Ley de Murphy para abogados, esa que dice que “cuanto menos diga, de menos se tendrá que retractar”. Porque en este oficio, donde cada palabra puede convertirse en un arma de doble filo, donde un comentario imprudente puede acabar convertido en un argumento en su contra, y donde el silencio suele ser más estratégico que la elocuencia, el verdadero arte está en aprender a hablar… pero, sobre todo, a callar.
El abogado conoce la presencia de Murphy desde que abre los ojos. Si el cliente dice que “es algo sencillo”, prepárese para un proceso más largo que una novela turca. Si el Fiscal promete “solo una observación breve”, asegúrese de tener café, porque viene una intervención de 40 minutos. Si usted decide tener un día tranquilo, aparece una notificación con una medida de aseguramiento que nadie vio venir. Si el juez pide “una precisión”, usted termina explicando media Constitución, tres códigos y un poco de derecho romano. Y si ya cree haber dejado todo claro en su intervención, aparece la contraparte afirmando exactamente lo contrario, con una seguridad ni la de un concurso de oratoria. Todo esto nos lleva a la conclusión inevitable: el abogado vive rodeado de riesgos. El riesgo probatorio, el riesgo procesal, el riesgo de interpretación, el riesgo del cliente que opina más que el propio expediente… pero ninguno tan peligroso como el riesgo de hablar de más. La lengua jurídica es como la pólvora: necesaria, poderosa y potencialmente explosiva.
Con el tiempo, uno descubre que no todo lo que se piensa debe decirse, que no todo lo que el cliente quiere que usted diga debe ser dicho jamás, y que una frase impulsiva en audiencia puede convertirse en una retractación vergonzosa dos minutos después. Es la sabiduría adquirida a golpes, esa que dice que mientras más experiencia tiene un abogado, menos habla y más escucha. Porque sabe que cada palabra es una prueba futura, un arma para el contrario o una posibilidad de que Murphy aparezca para arruinarle el argumento. Por eso la máxima “cuanto menos diga, de menos se tendrá que retractar” debería estar colgada en cada oficina del país, justo al lado del diploma y la foto del día de la graduación. No es una invitación a la timidez, sino a la estrategia: hablar lo necesario, decir lo esencial y guardar silencio cuando el instinto jurídico lo recomiende.
En las audiencias, esta ley se vuelve casi un deporte extremo. Usted prepara un alegato impecable y justo cuando empieza a brillar, la conexión del despacho falla. Decide hacer un comentario brillante y el juez pregunta: “Doctor, ¿eso dónde está en el expediente?”. Improvisa una respuesta rápida y el juez, con su tono más peligroso, pregunta: “Entonces, ¿lo que usted quiere decir es que…?”. En ese preciso instante, uno quisiera rebobinar la vida y optar por el bendito silencio. Mientras tanto, el colega silencioso al fondo de la sala continúa ahí, calmado, intacto, observando cómo usted baila con Murphy en pleno escenario. El silencio, que a veces parece un vacío, se convierte en una poderosa estrategia.
Y aunque contarlo tiene un tono humorístico —porque si no nos reímos, nos deprimimos, detrás de esta comedia procesal hay una realidad profunda: en derecho, menos, es más. La mesura construye credibilidad, la prudencia evita retractaciones, y el silencio oportuno puede ser la diferencia entre un triunfo elegante y una derrota provocada por una frase innecesaria. Hablar es fácil, pero hablar bien, hablar justo y hablar solo lo necesario es una virtud que no enseñan en la universidad y que el abogado adquiere en la vida real, paso a paso, audiencia tras audiencia, error tras error.
Al final, Murphy seguirá sentado en la primera fila de cada proceso, dispuesto a recordarnos que cualquier cosa puede complicarse. Pero si aplicamos su versión jurídica esa que dice que es mejor medir las palabras que lamentarlas quizá podamos sobrevivir al litigio con algo más de dignidad. Así que, colega, la próxima vez que esté a punto de soltar una frase sin pensarla, respire profundo y pregúntese: “¿Esto me suma o me hará retractarme en cinco minutos?”. Si la duda es grande, Murphy ya dio la respuesta. Y como siempre, tiene toda la razón.







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