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¿SUFRIMOS LOS ABOGADOS DE TEMOR ESCÉNICO?

juancarlospuelloa

El temor escénico se manifiesta en toda su intensidad cuando como abogados intervenimos por primera vez en una presentación, sea esta intervención en un proceso judicial oral, para los que se desempeñan en el litigio, o una exposición de un informe frente a una junta para los profesionales que ejercen en el sector público y privado.

 

Este temor escénico lo podemos definir como una forma de timidez que se manifiesta frente a grupos; una reacción del organismo que surge como consecuencia de pensamientos limitadores que tenemos acerca de nuestra actuación frente a dichos grupos; una respuesta defensiva que tiende a generar distintas formas de alteración de la normalidad en los niveles mental, fisiológico, emocional y motriz[1]. Igualmente, como la respuesta psicofísica del organismo, generalmente intensa, que surge como consecuencia de pensamientos anticipatorios catastróficos sobre la situación real o imaginaria de hablar en público[2].

 

Podemos destacar como características esenciales del temor escénico las siguientes:

 

  • Es una reacción defensiva del organismo.

  • Dicha reacción altera los niveles normales mental, fisiológico, emocional y motriz.

  • Se produce cuando actuamos ante determinados grupos.

  • Tiene su origen en un pensamiento limitador y anticipatorio generalmente catastrófico.

 

En definitiva, el miedo escénico es un bloqueo que produce sensación de vulnerabilidad y genera mucha tensión física y emocional. Bajo sus efectos la persona afectada actúa de forma diferente a cuando se encuentra tranquila.

 

Como dice Gabriel García Márquez[3], es normal y saludable que le tiemble la mano al cirujano cuando comienza una operación difícil; es normal que se crispen los puños de un piloto apretando el volante a la hora de la largada; es normal que le flaqueen las piernas al boxeador cuando suena la campana, por lo que es absolutamente normal que, al abogado, novel o experto, se le acelere el pulso y el ritmo cardiaco cuando vaya a emprender la noble tarea de informar ante un tribunal.


¿Cuál es la razón por la que se produce este temor o emoción?


El abogado español Óscar Fernández León, explica esto realizando una distinción entre el abogado novato y el abogado experto.

 

Señala que en el primer caso nos encontramos ante la persona que va a sufrir el temor escénico intenso del que venimos hablando, y ello debido a que la inexperiencia de hablar por vez primera supone una elevada carga de responsabilidad asociada a la necesidad de realizar una intervención en la que podamos desplegar efectivamente todo lo que hemos preparado, carga de responsabilidad que generalmente se ve torpedeada por numerosos pensamientos limitadores como los siguientes: no me van a entender; no estoy preparado; se van a reír de mí; no tengo nada importante que decir;  es mejor que no me arriesgue; se me va a olvidar todo; debería irme de aquí inmediatamente, etc…

 

Por lo tanto, este abogado joven e inexperto, sufre un verdadero calvario emocional, pues los pensamientos citados, contribuyen a reducir su capacidad y confianza, con todas las dificultades que ello conlleva.

 

Sin embargo, el abogado maduro, experto no sufre (o no debe sufrir) un temor escénico de tal intensidad, ya que su por su experiencia, puede responder a cada uno de los pensamientos limitantes. No obstante, ello no quita que la responsabilidad y profesionalismo del abogado, que siempre desea hacerlo lo mejor posible, provoque un cierto estado de tensión y nerviosismo que precede a todas las intervenciones orales.

 

Beneficios del miedo escénico

 

El hecho de que el temor escénico o la emoción oratoria puedan perjudicar la intervención del orador no supone que no aporte sus beneficios. Efectivamente, adecuadamente gestionado (y esto es lo que hacen los buenos oradores) un determinado estado de nervios o estrés positivo es fundamental para que el orador mantenga la tensión necesaria para actuar, pues en caso contrario la confianza podría gastarle una mala pasada a quien se presenta ante el auditorio en la creencia de que no va a equivocarse. Un estrés bueno nos permitirá darnos cuenta de la situación difícil en la que nos encontramos y que ya hemos vivido y sufrido en otras ocasiones pero que, gracias a la atención y alerta que mantendremos, superaremos con oficio consiguiendo nuestros objetivos.

 

Existen técnicas para eliminar o, al menos mitigar el miedo escénico cuando hace acto de presencia, es decir reducir el malestar existente y transformarlo en un estrés positivo que permita aprovechar sus ventajas a la hora de exponer.

 

Para señalar estas, las podemos dividir en tres fases, antes, el día y durante la presentación.

 

1.      Antes de la presentación

 

  • Preparación: como es natural, el primer remedio encuentra su fundamento en un conocimiento profundo del asunto que estamos defendiendo, lo que equivale a una sólida preparación del tema a tratar. Puesto que si nos encontramos ante un orador que no se ha estudiado la materia que va a exponer, su temor tendrá su origen en la temeridad y negligencia más que en cualquier otro de los factores estudiados. Por tanto, para luchar adecuadamente contra el temor o la emoción oratoria hay que dominar la materia.


  • Ser conscientes de que surgirá el temor escénico: otro remedio consiste en ser consciente de que, con probabilidad, antes del discurso va a surgir el temor escénico o la emoción oratoria, por lo que, estando concienciados de aparición en determinado contexto, qué duda cabe que seremos más proclives a manejarlo con menos ansiedad y más calma y eficacia. Naturalmente, esta concienciación implica saber en qué consiste y cómo se manifiesta este temor.


  • Conocer las circunstancias imprevistas: vinculado a lo anterior encontramos otra técnica consistente en conocer y prever las posibles situaciones que tememos y que están originando el estado de nerviosismo. De este modo podremos prever igualmente todo un elenco de actitudes y conductas que podremos emplear en estos casos. Factores a considerar podrían ser la interrupción durante la exposición de nuestra presentación; retraso en el comienzo; posible limitación de tiempo; etc… si lo pensamos, el contar con lo que puede ocurrir y las alternativas de respuesta de las que disponemos pueden suponer un gran alivio.  


  • El conocimiento del objetivo u objetivos que pretendemos alcanzar con nuestra intervención también es una herramienta de considerable importancia, ya que, centrándonos en los objetivos, dirigimos nuestra concentración a un fin determinado, lo que reducirá la dispersión y, en consecuencia, nuestros nervios. En definitiva, es cambiar una preocupación (cómo lo haré, me voy a quedar en blanco, etc.) Por la implicación mental en la consecución de un fin.

 

  • Conocer el auditorio: constituye un potente remedio el conocer a los asistentes ante los que intervendremos, lo que nos ayudará a preparar nuestra intervención.

 

 

2.      El día de la presentación

 

  • Respiraciones: se recomienda con anterioridad a la presentación realizar respiraciones lentas y profundas con el diafragma que nos permitan alcanzar un estado más calmado y relajado. Para ello es conveniente inhalar despacio dirigiendo el aire hacía la parte baja del tórax contando hasta cinco segundos y llenando los pulmones. Retenemos dos segundos la respiración y exhalamos despacio contando hasta cinco. Si repetimos este ejercicio antes de comenzar rebajaremos notablemente la tensión.


  • Beber agua: igualmente, beber pequeños sorbos de agua es una medida muy adecuada que nos permitirá eliminar la sequedad de la boca propia de estos momentos y, a su vez, generar cierta calma.    


  • Liberar adrenalina: dada la existencia de una elevada carga de adrenalina antes de la presentación fruto del temor escénico, es muy recomendable, si es posible, hacer algo de ejercicio la mañana de la presentación. Lo ideal sería hacer algo de carrera temprano, pero como esto es difícil podemos limitarnos a darnos un paseo de media hora hasta el sitio de la presentación, lo cual nos relajará y hará descender los niveles de adrenalina.


  • Visualizar: la visualización, es una técnica muy empleada por deportistas que consiste en emplear nuestra mente para imaginarnos que conseguimos el objetivo propuesto en una situación que se producirá en el futuro. Pues bien, el mismo día de la presentación puede realizarse un ejercicio de visualización focalizado la sala con la presencia de todos los asistentes. Si conocemos la sala en la que se va a desarrollar la presentación, mucho mejor. A continuación, y siempre en un clima de logro, nos veremos actuando en las distintas fases con confianza y convicción, superando dificultades como la resistencia de la otra parte; las interrupciones o la repentina concesión de un tiempo limitado para informar sobre nuestras conclusiones. A esto podemos añadir la sal o pimienta que queramos, ya que, literalmente, estamos creando nuestro sueño, y podemos permitirnos imaginar cómo será el escenario de nuestro éxito. En la medida que visualicemos, reduciremos notablemente la ansiedad porque, sencillamente, ya habremos vivido dicha situación.

 

  • Pensamientos positivos: tratar de ocupar nuestra mente con pensamientos positivos es una medida que ayudará a relajarnos, pues el cerebro no puede mantener un pensamiento negativo y positivo a la vez, por lo que desplazando aquél nos encontraremos en un estado más propenso a cumplir nuestro objetivo reduciendo nuestros temores.

 

 

3.      Durante la presentación

 

  • La postura física: a la hora de sentarse, el orador lo hará cuidadosamente, sin dejarse caer como si dijéramos «qué cansado estoy» o cosas por el estilo. Colocados con cuidado y detalle nuestros utensilios, pasaremos a mantener una postura corporal derecha, algo inclinada hacia adelante, sin la rigidez que lleva a una afectación exagerada: que seamos nosotros los que dominemos al cuerpo y no el cuerpo a nosotros. La mejor evidencia de que la postura es correcta podremos observarla en que no nos encontramos tensos, sino relajados, lo que nos dará confianza y seguridad. Durante la exposición oral, hemos de manejar el cuerpo de modo que contribuya a obtener el interés y atención del auditorio. Para ello, la postura que deberá presidir la exposición será la leve inclinación hacia adelante, si bien se realizarán movimientos corporales (nunca repentinos o rápidos) que acompañen los giros de nuestro alegato.


  • Respirar profundamente: justo antes de intervenir es conveniente llenar los pulmones de aire hasta que no quepa más aire y aguantar durante diez segundos. Acto seguido soltar el aire en tres tandas separadas entre sí por un segundo y después vaciar todo el aire de los pulmones. De esta forma nos encontraremos mucho más relajados.


  • Ritmo pausado al comenzar: comenzar con un ritmo pausado nos permitirá percibir con absoluta nitidez nuestro mensaje y nos ayudará a ganar confianza para ir entrando en materia y adaptándonos al ritmo que vaya siendo necesario. Comenzar aceleradamente es, definitivamente, un suicidio oratorio.


  • No acelerarnos: cuando estamos tensos tendemos a acelerarnos, lo cual es lógico pues estamos tratando de finalizar cuanto antes. Sin embargo, y con independencia de la falta de credibilidad que conlleva un mensaje expresado de forma acelerada, lo cierto es que fisiológicamente entraremos en un círculo vicioso en el que la adrenalina seguirá aumentando y con ello los efectos perniciosos del temor escénico. Por lo tanto, sin pausar nuestro discurso, hemos de buscar un ritmo equilibrado con las necesidades de nuestra exposición.

 

  • No decir que estas nervioso: si bien es tradición indicar a quien dirige que es la primera vez que realizamos una presentación, ello no nos autoriza para transmitir que estamos nerviosos y pedir disculpas de antemano, pues dichas expresiones pueden generar más que compasión cierto recelo sobre las aptitudes y cualidades del profesional.

 


En conclusión, será cada uno, dependiendo de las circunstancias quien tendrá que decidir que técnica se ajusta más a sus necesidades.

 

 





 

FUENTES:

 



[1]  Yagosesky El poder de la oratoria.

[3] Gabriel García Márquez. No se preocupe; tenga miedo.

 

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