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CÓMO GANARTE EL RESPETO SIN LEVANTAR LA VOZ


“El liderazgo no se trata de títulos, posiciones o diagramas de flujo. Se trata de una vida que influye en otra.” – John C. Maxwell

 


Me encuentro muchas veces en la sala de espera de un juzgado esperando el inicio de una audiencia o revisando expedientes, y me detengo en esa frase de mi mentor de Liderazgo “John C. Maxwell” como quien recoge un susurro antes de entrar al estrado. Soy abogado litigante especialista en Derecho Penal, y he aprendido que el respeto que anhelamos del entorno jurídico clientes, colegas, jueces, auxiliares, personal administrativo— no se consigue con golpes de autoridad ni con un tono de mando, sino con la coherencia de nuestra conducta, la firmeza de nuestros valores y la calidad humana que desplegamos en cada interacción.


Durante mis primeros años en la profesión, me di cuenta de que existía una delgada línea entre mandar y liderar, entre imponer y convencer. Recuerdo una vez en una de mis primeras audiencias donde, con aire autoritario, ejercí una reclamación fuerte ante un Juez: elevé la voz, exigí respeto, enfatizaba mi posición, mi título, mi argumento. Aunque acabé teniendo la razón, terminé además del dolor de cabeza que me generó la discusión, perdiendo el aprecio de quienes me observaban. En ese instante comprendí que el respeto no es algo que se impone, sino algo que se inspira. Como Maxwell sostiene: “Cuando te respetan como persona, te admiran. Cuando te respetan como amigo, te quieren. Cuando te respetan como líder, te siguen”.


Empecé entonces a preguntarme: ¿Cómo gano ese nivel de respeto auténtico sin caer en la trampa del autoritarismo? ¿Qué significa ser respetado como abogado, sin necesidad de levantar la voz, sin necesidad de imponernos sobre otros? Me di cuenta de que, en el mundo jurídico, muchas veces asumimos que la toga, el despacho, el cargo, nos otorgan el derecho automático al respeto. Pero esa idea se desvanece si nuestro trato con las personas es frívolo, rígido o distante.


En mi camino, adopté tres líneas de acción y las comparto contigo, colega, no como dogmas, sino como aprendizajes:


Primero, cultivar la autoridad moral antes que la autoridad formal. Maxwell habla de ello cuando explica que “la autoridad derivada del cargo” puede existir, pero “la autoridad derivada del carácter” es la que genera confianza, lealtad e influencia real.


En la abogacía, significa cumplir nuestras promesas al cliente, respetar los tiempos del tribunal, honrar la ética profesional incluso cuando nadie nos observa. Cuando un colega o un cliente constata que somos consistentes, íntegros y humanos, nos otorgan un tipo de respeto que ningún título puede comprar.


Segundo, adoptar el ejercicio de la profesión como servicio y relación, no como orden. En cada caso, en cada negociación, si pensamos solo en ganar al adversario, en demostrar que somos los mejores, corremos el riesgo de ser vistos como meros contendores. En cambio, cuando nos acercamos desde la empatía, escuchamos las inquietudes del cliente, atendemos los puntos del otro abogado, respetamos al juez y sus tiempos, empezamos a crear espacios de confianza. Maxwell dice: “A la gente nunca le importa cuánto sabes hasta que saben cuánto te importa”. Para mí, en el entorno jurídico, esto se traduce en dialogar con claridad, en admitir nuestras limitaciones cuando las tenemos, en pedir la opinión de quienes también trabajan contigo: asistentes, secretarias, peritos. De ese modo, la influencia fluye sin necesidad de gritarla.


Tercero, liderar con visión y coherencia. Es decir, no basta con tener buenas intenciones; hay que traducirlas en hábitos, en presencia, en constancia. Hace unos meses estaba en una reunión en un despacho de abogados de un amigo y entre conversaciones un abogado joven me pregunto: “¿Qué hago para que me respeten en el despacho?”. Y yo respondí: “Sé el que llega antes, revisa el expediente, ayuda al compañero cuando vacila, muestra que el cliente no está solo”. Porque el respeto desciende por los pequeños actos. Como mi mentor Maxwell dice: “La Ley del Respeto establece que las personas siguen a líderes más fuertes que ellas mismas… líderes con carácter y competencia superiores”. En la práctica jurídica, ser “más fuerte” no significa ser más duro; significa tener más consistencia, más integridad, más humanidad.


En la sala de reuniones con clientes, uno de los mayores retos es mantener la autoridad sin caer en la rigidez. He aprendido a hablar con tranquilidad, a estructurar los argumentos con claridad, pero también a permitir pausas, a reconocer la preocupación del cliente, a evitar el verbo impositivo. Después de todo, quien manda se impone; quien lidera se invita. Cambié frases como “usted debe” por “exploremos juntos”, “¿cómo ve usted esta estrategia?” Y encontré que el discurso cambia. El cliente se siente partícipe, se siente acompañado y, por extensión, te respeta como profesional que no solo dicta, sino que convoca.


Dentro del despacho, el trato con los colegas es clave. Si me comportaba como “el que sabe” y pedía tareas sin explicar el propósito, generaba obediencia, pero no compromiso. En cambio, cuando me acerqué con respeto, escuché propuestas, valoré ideas y acepté que otros tuviesen protagonismo, descubrí que el ambiente laboral se transformó: había mayor fluidez, mayor responsabilidad compartida, mayor calidad en el trabajo. Y lo más importante: se generó un respeto genuino y no forzado. Un simple “gracias por tu aporte” al asistente, un reconocimiento público al colega que resolvió un informe… esos gestos sembraron mi autoridad moral.


En los pasillos del tribunal, con jueces o magistrados, uno puede sentirse pequeño, vulnerable. Pero el respeto no se exige; se gana. Y para ello, la puntualidad, la preparación rigurosa, la cortesía de saludar un juez, atender al funcionario, agradecer el recibo de la diligencia, cuentan más que ostentar una toga reluciente o un título en la puerta del despacho. La influencia proviene del profesional que se anticipa, del abogado que entiende que el otro lado también tiene una persona y un contexto. He visto cómo un juez valoraba el práctico uso del lenguaje técnico, pero también la elegancia de quien no interrumpe, respeta los tiempos, agradece la palabra concedida.


En mis charlas con estudiantes de derecho, repito con frecuencia que el respeto en el ejercicio profesional es una consecuencia, no un mandamiento. Porque cuando uno se impone desde la fuerza, genera sumisión momentánea, sí, pero no compromiso duradero. Y en la abogacía, la lealtad, la recomendación de un colega, la reputación ante el tribunal se construye en el tiempo. Maxwell recuerda que “Los títulos no hacen a un líder; el líder hace al título”. Aplicado al derecho, no basta decir “soy abogado”, “soy socio”, “tengo despacho”; hay que demostrarlo en la práctica.


Reflexiono también sobre la importancia de manejar la vulnerabilidad. A veces, en una negociación compleja o un proceso difícil, uno teme mostrar dudas. Pero paradójicamente, esa humanidad fortalece. Cuando comparto con mi cliente: “Este aspecto queda sujeto a la prueba, no puedo garantizarlo, pero trabajaré para minimizarlo”, gano respeto porque demuestro transparencia, responsabilidad y compromiso. El entorno jurídico está lleno de promesas grandes y garantías vacías; ser honesto sobre lo que sabemos y lo que no, nos distingue.


Igualmente, la consistencia en nuestra actitud ante las derrotas y victorias hace la diferencia. Cuando unos alegatos no salen bien, cuando un litigio se pierde, y uno decide culpar al tribunal o al perito o al cliente, muestra autoritarismo disfrazado de víctima. Pero cuando uno asume la responsabilidad, analiza lo ocurrido, aprende y comunica el aprendizaje a los colegas, se muestra liderazgo auténtico. Maxwell lo dice: “Cuanto más en serio tomemos nuestras decisiones, mejores líderes seremos”. En el ámbito jurídico, eso significa revisar el expediente, reconocer el error, ajustar la estrategia, no repetir mecánicamente lo que no funcionó, y compartir la lección con quien vaya detrás.


También quiero hacer hincapié en la importancia de la influencia dentro del equipo jurídico. Como abogado a cargo de un pequeño equipo de investigación, noté que cuando exigía sin explicación los informes, obtenía documentos correctos, pero sin profundidad; cuando invertí tiempo en explicar el contexto, el impacto del caso, las razones, las horas de corte, el potencial valor para el cliente, el equipo trabajó con otra motivación: porque comprendió el “por qué”. Y esa motivación se multiplicó, pues los colaboradores aportaron ideas propias, anticiparon peligros, se convirtieron casi en co-abogados del caso, no meros asistentes. El liderazgo se volvió compartido, y el respeto natural.


Un punto clave: el liderazgo sin autoritarismo no significa ausencia de firmeza, de reglas, de estructura. Significa que esas reglas y estructura se construyen juntos, se entienden, se ajustan. En el despacho establecí reuniones regulares no para emitir órdenes, sino para escuchar lo que los demás veían, los riesgos que percibían, qué mejoras pensaban. Esa participación generó un ambiente en que las normas eran respetadas porque habían sido asumidas, no impuestas. Y ese tipo de cultura jurídica donde el jefe es guía, no tirano genera reputación, retención de talento, eficacia. De nuevo, Maxwell apunta: “Cuando el líder carece de confianza, los seguidores no tienen compromiso”. Como abogado-líder, si no muestro seguridad en mis planteamientos, si no moldeo el camino del ejemplo, pierdo no solo seguidores, sino colegas dispuestos a crecer conmigo.


En litigios orales, el respeto del tribunal muchas veces depende tanto del dominio técnico como del temple humano. He visto abogados que, ante el micrófono, bajan la mirada, interrumpen a las partes, no agradecen el turno, restan cortesía. Y he visto otros que, con voz serena, respetan al contrario, agradecen al juez, citan la ley con humildad, admiten cuando no tienen una respuesta en el momento, prometen investigar y volver… esos últimos inspiran confianza y gana el aprecio del tribunal, del cliente y del público. El respeto se convierte en puerta de acceso para la influencia. Y como Maxwell lo ha señalado, “El liderazgo es influencia…”


También me gustaría tocar un tema que a veces se ignora: el respeto hacia uno mismo. Un abogado que se cuida, que reconoce sus límites, que descansa, que se forma continuamente, que no compromete su ética por un caso rápido, transmite autoridad sin imponerse. Si, me halaga que me digan “es un abogado duro”, pero prefiero “es un abogado íntegro”. Y esa diferencia genera respeto genuino. En lugar de forzar el resultado, lidero con la certeza de que el esfuerzo bien hecho, la causa correcta, la valoración humana del proceso son piezas más sólidas que una victoria rápida e irrespetuosa.


Cuando estoy ante estudiantes de derecho o jóvenes colegas que empiezan, me gusta decirles: “No pidas respeto; demuéstralo”. Y esto lo sintetizo en tres declaraciones que me acompañan: (1) cada palabra, cada gesto cuenta; (2) cada día eres visible, aunque el cliente no lo vea; (3) tu reputación se construye más en lo que haces cuando nadie te observa, que en lo que muestras en la foto de tu despacho. Ser respetado sin autoritarismo es un acto cotidiano: entrar cinco minutos antes, detenerte a saludar al funcionario, escuchar al joven aprendiz, reconocer que te equivocaste, estudiar un argumento extra, dormir bien la noche antes. Son pequeñas costumbres que al cabo del tiempo configuran un carácter respetado.


Y ahí está la clave: el respeto que realmente importa no se compra, ni se exige. Se gana con coherencia, humildad y servicio. En la abogacía, esa triada es poderosa. Cuando tus clientes sienten que estás por ellos, que no los utilizas como medio sino como fin; cuando tus colegas te consideran socio de ideas más que rival; cuando el tribunal te reconoce no solo como abogado que sabe, sino como persona que actúa; entonces el respeto surge, naturalmente. Y con él, la autoridad legítima.


El respeto, en ese entorno, no significa conquistar el espacio con autoritarismo, sino invitar a otros a acompañarte en la causa. Significa que el asistente, el perito, el cliente, el estudiante digan: “Sí, lo acompaño, porque me inspira y porque confío en él”. Y cuando eso sucede, no necesito imponer nada. Entre más libre se sientan los demás para pensar, proponer y actuar, mayor será la cohesión del equipo, mejor será la estrategia, y más fecunda la práctica jurídica.


Por supuesto, el camino no es fácil. Nos enfrentamos a plazos imposibles, a jueces implacables, a cambios de normativa abruptos, a clientes impacientes. Y en esos momentos la tentación del autoritarismo ronda: “¡Hazlo ya!”, “Así va”, “No me cuestiones”. Pero he descubierto que el verdadero peso del liderazgo se mide en esos momentos de presión. Si reaccionamos con desdén o superioridad, ganamos la batalla técnica quizá, pero perdemos la batalla humana. Si, por el contrario, actuamos con calma, explicamos la urgencia, pedimos apoyo, reconocemos el estrés de los demás, mantenemos firmes los valores… entonces fortalecemos el respeto, cultivamos la lealtad, permeamos la cultura.


En ese sentido, liderar sin ser autoritario no es ser blando. Es ser firme en el propósito y flexible en el camino. Es saber cuándo insistir y cuándo escuchar. Es tener la convicción de que el mejor argumento no lo gana quien lo grita más fuerte, sino quien lo presenta con claridad, respaldo y humanidad. En la profesión del derecho, ese estilo convierte al abogado en un líder confiable, en un referente, en alguien que otros desean seguir, no porque tiene la voz más potente, sino porque tiene la presencia más auténtica.


Y así vuelvo al comienzo: “una vida que influye en otra”. Cada caso que tomo, cada cliente que represento, cada colega con quien colaboro es una oportunidad de liderar con respeto. No porque tenga la toga o el título, sino porque elijo vivir desde los valores, el servicio y la integridad. No porque imponga mi criterio, sino porque construyo junto a otros. No porque exija silencio, sino porque invito al diálogo.


Por eso, estimado colega, estudiante de derecho o abogado en ejercicio: puedes ganarte el respeto sin necesidad de ser autoritario. Puedes liderar en tu despacho, en la sala de audiencias, en la negociación, desde el poder de tu carácter, desde el cuidado de los demás, desde el ejemplo diario. Puedes ser ese abogado que otros miran no con temor, sino con admiración; no con sumisión, sino con compromiso; no con distancia, sino con cercanía.


Y al cerrar esta reflexión, te invito a un acto simple pero profundo: respira, observa tu día a día, reconoce una ocasión hoy para mostrar respeto a un cliente, a un colega, a un asistente, a un oponente y hazlo sin expectativas de retorno. Porque cuando das respeto, generas influencia. Cuando lideras con corazón, inspiras acompañamiento. Y cuando lo haces desde el ejercicio jurídico con autenticidad, tú transformas no solo un caso, sino vidas: la tuya, la de tus clientes, la de tus equipos. Que este sea tu camino a partir de hoy: liderar con humildad, con propósito, con visión, sabiendo que el respeto ganado sin autoritarismo es quizá el mayor legado que un abogado puede dejar.

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