CÓMO LOS ABOGADOS AYUDAMOS A CAMBIAR EL MUNDO
- juancarlospuelloa
- 22 sept
- 7 Min. de lectura
La abogacía es una de las profesiones más antiguas, respetadas y, a la vez, más incomprendidas del mundo. Desde tiempos remotos, los abogados han ocupado un rol esencial en la organización de las sociedades, en la construcción de normas y en la defensa de la justicia. Pero más allá de la función técnica y jurídica que cumplimos, los abogados somos, ante todo, agentes de cambio. Y aunque a veces se diga que nuestro trabajo se limita a los códigos, a los expedientes, a los trámites o a las formalidades procesales, la verdad es que nuestra labor tiene una dimensión mucho más trascendente: los abogados ayudamos a cambiar el mundo.
Este artículo busca inspirar a estudiantes de derecho que inician su camino, a abogados litigantes que viven la intensidad del día a día en los estrados judiciales, a funcionarios públicos que ejercen funciones jurídicas en defensa del Estado y de los derechos de los ciudadanos, y también a aquellos abogados que decidieron no ejercer la profesión pero que, con su formación jurídica, siguen aportando al desarrollo de la sociedad desde otros espacios.
La tesis es clara: cada abogado, en cualquier lugar donde se encuentre, tiene la capacidad de transformar la realidad de las personas y de la comunidad. A veces, lo hacemos en grande, cambiando leyes, creando jurisprudencia o defendiendo causas emblemáticas. Otras veces, lo hacemos en silencio, resolviendo un problema de familia, ayudando a un emprendedor a formalizar su negocio, redactando un contrato que da confianza, o evitando un conflicto que pudo escalar. Pero siempre, de una u otra forma, nuestro trabajo repercute en la vida de los demás.
A lo largo de estas páginas recorreremos distintas dimensiones de la profesión jurídica y reflexionaremos sobre cómo, en cada una de ellas, los abogados estamos llamados a marcar la diferencia. No se trata solo de recordar la nobleza de nuestra labor, sino de reafirmar un compromiso: usar el conocimiento jurídico para construir un mundo más justo, más equitativo y más humano.
I. El origen de la misión del abogado
La profesión de abogado tiene raíces antiguas. Desde la Grecia clásica, los oradores y defensores públicos se encargaban de representar a quienes no tenían voz ante las asambleas. En Roma, los jurisconsultos y patronos ofrecían consejos legales y defendían en juicio a los ciudadanos. Con el paso del tiempo, el derecho se consolidó como un instrumento indispensable para la convivencia, y los abogados como sus intérpretes y guardianes.
Pero más allá de la evolución histórica, la esencia de la abogacía siempre ha sido la misma: defender derechos, garantizar justicia y equilibrar poderes. Es decir, estar del lado de quienes necesitan protección frente a abusos, orientar a quienes no entienden el complejo lenguaje de la ley y servir como puente entre las instituciones y las personas.
Aquí nace nuestra primera reflexión: ser abogado no es solo una profesión, es una misión. Y esa misión consiste en comprender que detrás de cada norma, cada expediente y cada pleito, hay seres humanos con sueños, miedos, esperanzas y conflictos reales.
II. El abogado como guardián de la justicia
Muchas veces se nos critica por ser “defensores de delincuentes”, “cómplices de corruptos” o “obstáculos burocráticos”. Y es cierto, la profesión jurídica no está exenta de sombras. Pero también es cierto que la justicia no podría existir sin abogados.
El juez dicta sentencia, pero lo hace a partir de los argumentos que presentamos. El legislador escribe leyes, pero lo hace con la asesoría de juristas. Las empresas cierran negocios seguros gracias a contratos bien estructurados. Los derechos fundamentales se hacen efectivos porque un abogado interpone una acción de tutela, un habeas corpus o un recurso.
La justicia, en últimas, necesita de nuestra voz para hacerse realidad. Y aunque no siempre ganemos los casos, aunque no siempre logremos la sentencia perfecta, el solo hecho de defender, de argumentar y de insistir en el respeto de los derechos es una forma de cambiar el mundo, caso por caso, persona por persona.
III. El impacto silencioso del abogado en la vida cotidiana
Cuando pensamos en “cambiar el mundo” imaginamos transformaciones enormes: abolir la esclavitud, derrocar dictaduras, aprobar constituciones. Y sí, los abogados hemos estado presentes en todas esas gestas históricas. Pero también hay otra manera de cambiar el mundo: en lo pequeño, en lo cotidiano, en lo invisible.
El abogado que logra que un trabajador sea reintegrado a su empleo después de un despido injusto.
El abogado que evita que una madre pierda la custodia de su hijo injustamente.
El abogado que orienta a un campesino para que formalice su tierra.
El abogado que ayuda a una víctima de violencia a denunciar sin miedo.
El abogado que revisa un contrato y evita que una persona sea estafada.
En cada uno de esos actos, quizás sin grandes titulares ni aplausos, el abogado está cambiando el mundo de alguien. Y a veces, cambiar el mundo de una sola persona es suficiente para justificar una vida entera de trabajo.
IV. Los abogados en el sector público: servidores de lo colectivo
Quienes trabajan como fiscales, jueces, procuradores, defensores públicos, asesores jurídicos o funcionarios en entidades estatales cumplen una tarea fundamental: ser la garantía de que el poder público se ejerza conforme a la ley y en beneficio de la comunidad.
Un abogado en el sector público no solo aplica normas, también defiende valores como la igualdad, la transparencia y la legalidad. Su responsabilidad es inmensa, porque de sus decisiones depende la confianza de los ciudadanos en el Estado.
Cada concepto jurídico, cada acto administrativo, cada decisión de política pública tiene consecuencias concretas. Allí, el abogado público no es un burócrata más: es un arquitecto del bien común. Y en ese rol, también está cambiando el mundo.
V. El abogado litigante: la voz que incomoda
El litigio es una de las formas más intensas de ejercer el derecho. En los estrados judiciales, el abogado se convierte en orador, en estratega, en defensor apasionado. Y aunque no siempre sea fácil, aunque implique desvelos, presiones y desgaste emocional, el abogado litigante representa la esencia más pura de la defensa de los derechos.
Cada vez que un litigante se levanta en audiencia a interpelar, a cuestionar, a controvertir pruebas o a señalar injusticias, está cumpliendo una función vital: incomodar al poder. Recordarle al juez que debe escuchar todas las versiones. Recordarle a la fiscalía que no puede abusar de su posición. Recordarle a la contraparte que la ley es para todos.
El litigante es, en muchos sentidos, un contrapeso necesario. Y en esa labor, aunque a veces solitaria y poco reconocida, también está transformando el mundo.
VI. Los abogados que no ejercen: el poder de la formación jurídica
Muchos estudiantes de derecho terminan ejerciendo en ámbitos diferentes: empresarios, periodistas, políticos, académicos, líderes sociales, emprendedores. Y algunos piensan que “desperdiciaron” la carrera. Nada más lejos de la verdad.
La formación jurídica deja una huella imborrable: enseña a pensar críticamente, a argumentar, a analizar normas y contextos, a defender puntos de vista, a comprender la complejidad de lo humano. Todo ello convierte al abogado, incluso fuera de los estrados, en un líder natural.
El abogado que se convierte en empresario aporta a la formalidad y a la responsabilidad social.
El abogado que trabaja en medios de comunicación ayuda a explicar la realidad con rigor.
El abogado que se dedica a la política lleva la defensa de los derechos a escenarios colectivos.
El abogado que enseña inspira a nuevas generaciones.
No ejercer como abogado no significa dejar de cambiar el mundo: significa hacerlo desde otro ángulo.
VII. La ética: el verdadero poder transformador del abogado
De nada sirve el conocimiento jurídico si no está acompañado de ética. El derecho puede ser usado para el bien o para el mal. Puede proteger derechos o justificar abusos. Puede liberar a inocentes o blindar a corruptos.
Aquí radica nuestra mayor responsabilidad: decidir de qué lado estamos. Y aunque la tentación de usar la ley para beneficio personal o para intereses oscuros siempre estará presente, el verdadero abogado entiende que su deber es con la justicia, no con el poder.
La ética es lo que nos convierte en agentes de cambio reales. Porque el mundo no se cambia solo con leyes, se cambia con decisiones valientes, con renuncias a lo fácil, con lealtad a la verdad y con un compromiso genuino con la dignidad humana.
VIII. El abogado como educador y multiplicador
Cada vez que explicamos a un cliente sus derechos, estamos educando. Cada vez que damos una charla, escribimos un artículo o enseñamos en una universidad, estamos formando. Y cada vez que compartimos nuestro conocimiento con colegas o con la comunidad, estamos multiplicando el impacto del derecho.
La abogacía tiene una dimensión pedagógica que a veces olvidamos. El conocimiento jurídico es poder, pero solo si se comparte. Y en ese compartir, también ayudamos a cambiar el mundo, porque una sociedad que conoce sus derechos es una sociedad más libre.
IX. Inspiración para las nuevas generaciones
Este artículo está dirigido también a quienes apenas inician la carrera. A esos estudiantes que, con ilusión y miedo, abren por primera vez un código. A ellos quiero decirles: ser abogado vale la pena.
Habrá momentos de cansancio, de frustración, de desilusión. Habrá días en que parecerá que la justicia es una utopía inalcanzable. Pero también habrá momentos en que verán lágrimas de gratitud en un cliente, en que sentirán la satisfacción de haber defendido lo correcto, en que comprobarán que sus palabras tuvieron un impacto real.
Y entonces entenderán que estudiar derecho no fue en vano. Que cada desvelo, cada examen, cada clase difícil tuvo sentido. Porque ser abogado es mucho más que tener un título: es tener la capacidad de cambiar el mundo.
X. Una invitación final: el compromiso de cambiar el mundo
El mundo actual enfrenta enormes desafíos: desigualdad, corrupción, violencia, injusticia, discriminación, crisis climática. Y frente a todos ellos, los abogados no podemos ser espectadores pasivos.
Tenemos el conocimiento, la formación, la capacidad y, sobre todo, la responsabilidad de ser protagonistas en la transformación. No basta con ejercer el derecho como un oficio; debemos vivirlo como un compromiso.
Cada uno, desde su lugar —en un juzgado, en una oficina, en una entidad pública, en un aula de clases, en una empresa, en un medio de comunicación— tiene el poder de marcar la diferencia.
La pregunta no es si los abogados podemos cambiar el mundo. La pregunta es: ¿estamos dispuestos a hacerlo?







Concreta reflexión de una loable profesión.
"Ser abogado puede llevarte a ser odiado o querido, pero nunca irrelevante."